4. Hume y la metafísica.
Hume utilizando el análisis de conceptos tales como sustancia, causa, libertad, y otras, que se refieren a “términos filosóficos” trata de determinar el significado y el valor de tales términos. Cualquier concepto no es más que un abuso del lenguaje. Su nominalismo radical supone que no existen conceptos abstractos que tengan existencia propia, pues, ello supondría aceptar la idea de substancia, como realidad independiente del sujeto que conoce. Lo que conocemos es siempre lo particular. El conceptos es un expediente lingüístico que utilizamos para caracterizar determinadas cualidades, así; por ejemplo, el concepto de Dios, no es más que una colección de cualidades –omnipotente, creador, omnisciente, etc.-, unidas por un nombre, en este caso Dios. El nombre no puede ser conocido sin las cualidades correspondientes. Por tanto, establece el criterio de certeza de Hume, todos los conceptos filosóficos que no podamos derivar de la correspondiente impresión, carecen de validez. Si bien pueden ser asumidos como creencias.
Mediante este criterio se pone a la tarea de desmontar el andamiaje metafísico siguiendo el siguiente esquema:
a) Búsqueda de la impresión correspondiente al concepto metafísico (alma, Dios, mundo).
b) Imposibilidad de hallar la impresión requerida.
c) Imposibilidad de afirmar, con plena certeza, la verdad del concepto metafísico correspondiente .
Las impresiones son datos aislados a los que no cabe justificación alguna. Es imposible establecer entre las impresiones otra relación que no sea su continuidad o sucesión. Por tanto no podemos conocer ninguna realidad exterior a las impresiones (el mundo), ni tampoco una sustancia pensante (el yo), nuestro conocimiento queda limitado a los fenómenos.
4.1. Crítica del concepto de sustancia.
La idea de sustancia no se deriva de ninguna impresión de sensación o de reflexión, es "una colección de ideas simples reunidas por la imaginación", no hay, pues, una realidad que se llame "substancia". Substancia es sólo un nombre que se refiere a una colección o haz de cualidades. No hay, pues, las cualidades de una cosa más su sustancia. Tendemos a rellenar los intervalos entre cada percepción con imágenes, de suerte que se mantengan la unidad y la continuidad,pero de hecho,las percepciones son discontinuas y diversas. La sustancia, en cambio, es permanente y una,no cabe, por tanto, impresión alguna que se corresponda con la idea de sustancia.Imaginemos una manzana. Ésta tiene una serie de cualidades como el color, el sabor, el tacto, el olor,etc. Si quitamos estas cualidades, ¿qué nos queda? Nos queda el lenguaje y la creencia.
4.2. Crítica de la idea del yo.
En cuanto al problema de la sustancialidad del yo, Hume llega a la conclusión de que la sustancialidad del alma no puede aceptarse ni negarse -agnosticismo-, se trata de un problema que está más allá del alcance del conocimiento humano. Por lo que respecta a la identidad del yo, Hume niega la existencia de alguna impresión que se corresponda con tal idea. Tal impresión debería ser constante a lo largo de la vida y no existen impresiones con esas constancia. Por otra parte, al penetrar en eso que llamamos nuestro yo, siempre encontramos alguna percepción y no es imposible representárnoslo sin percepción alguna. El yo en Hume queda reducido pues, a un cúmulo de percepciones diferentes unidas por relaciones. La idea de mente no tiene más contenido que el de las percepciones particulares. La mente sería un teatro por el que desfilan las percepciones, pero de ese lugar en el que desfilan las percepciones, nada podemos saber. La creencia en nuestra propia identidad y permanencia viene motivada por la acción conjunta de la memoria y la idea de causalidad. El yo de la realidad vivencial escapa a la crítica de Hume, sólo el yo gnoseológico es afectado por ella.
4.3. Crítica de la idea de la existencia del mundo.
La idea de la existencia del mundo exterior no se deriva de ninguna impresión,y es,por tanto,una pseudo-idea. Atribuimos la existencia a los objetos extemos pero estos no son más que nuestra percepciones y tan solo podemos suponerlos como diferentes de ellas. La Naturaleza (la vida) nos impone el mundo extemo sin que podamos demos-trar su existencia. Una vez más, la creencia es inevitable e indudable, pero su demostración es imposible. Los caracteres que atribuímos a la existencia del mundo extemo (existencia continua y distinta) son fruto de la combinación de ciertas cualidades de la imaginación y la percepción. Dichos caracteres no pueden proceder de los sentidos (que sólo nos proporcionan impresiones) ni tampoco pueden proceder de la razón (pues la creencia popular en la existencia del mundo exterior es ajena a las argumentaciones filosóficas). Es la memoria la que empuja a la imaginación, con impresiones semejantes.a considerar las distintas percepciones como una y la misma.
La creencia en el mundo externo queda justificada, pero como mera creencia,contra los argumentos de la razón.De nuevo la creencia (la vida) y el conocimiento (la razón) se hallan en insuperable contradicción.
De aquí el escepticismo radical; no cabe la validación por la razón de las creencias a las que, por otra parte, es imposible renunciar en el ámbito de la práctica (la vida). Se trata, en cualquier caso, de un escepticismo radical, pero teórico, porque como el mismo dice:
“La conducta del hombre que estudia filosofía de esta manera, libre de preocupaciones, es más verdaderamente escéptica que la del que, sintiéndose inclinado hacia ella, se encuentra sin embargo tan doblegado por dudas y escrúpulos que la rechaza por completo. El verdadero escéptico desconfiará lo mismo de sus dudas filosóficas que de sus convicciones, y no rechazará nunca por razón de ninguna de ellas cualquier satisfacción inocente que se le ofrezca” .