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Reseña: Critón de Platón

Reseña:

Platón, Diálogos I, Critón. Trad. y notas,  J.Calonge, Biblioteca Clásica Gredos, Editorial, Madrid, 1985. 





En la nota introductoria a la obra, J.Calonge nos da unas pinceladas acerca de la ubicación del texto dentro de la obra de Platón. Muy cercana a la Apología, trata de las horas previas a la ejecución de Sócrates. Critón, amigo y discípulo del maestro viene con la intención de que se sustraiga a la aplicación de la condena, y huya antes de que los barcos de Delos lleguen a Atenas*. En la nota a al pie (1) nos explica esta costumbre. “Todos los años se enviaba una procesión a Delos en recuerdo de la victoria de Teseo sobre el Minotauro, victoria que liberó a Atenas del tributo humano que debía pagar a Minos. Desde que la nave salía hasta su regreso, no se podría ejecutar ninguna sentencia de muerte*”. (pàg.194)

El Critón, es el diálogo más breve de la obra de Platón. Su brevedad, no significa que Platón no estuviera interesado o que su contenido ya hubiese sido expuesto en la Apología, por ejemplo. No es seguro, dice Calonge, que el Critón sea la continuación de la Apología. Si queda claro, que el problema que se plantea es de primer orden. Sócrates rechazará la sugestión de Critón para que se evada del lugar donde está encerrado en espera de la muerte. ¿Es ético, evadirse ante una muerte segura? Sócrates da un ejemplo de virtud cívica ante Critón y todos sus amigos, al rechazar la oferta para que se sustraiga a la acción de la justicia ateniense. Así, Sócrates podrá decir a Critón: “-Por tanto, tampoco si se recibe injusticia se debe responder con la injusticia, como cree la mayoría, puesto que de ningún modo se debe cometer injusticia” (49b). La injusticia sea, la sentencia, no se limpia con la huida. Para Sócrates, las leyes de la ciudad son sagradas, aunque me perjudiques. No vale afirmar que son buenas porque benefician y malas cuando me perjudican. 

Sócrates habla de lo que diría la ciudad y las leyes (polis y nomos). Así: “(…) ¿Pues a quién le agradaría una ciudad sin leyes? ¿Ahora no vas a permanecer fiel a los acuerdos? Sí permanecerás, si nos haces caso, Sócrates, y no caerás en el ridículo saliendo de la ciudad” (53a).

Sócrates acepta el veredicto de sus conciudadanos. No es que quiera morir, pero prefiere aceptar la muerte que romper con lo que ha querido ser siempre: un ciudadano de Atenas. La virtud (areté) no se mide ni por el aplauso de la mayoría, ni por el rechazo a la sociedad que te condena, sino en la entereza (andreia) de la propia rectitud. Sócrates, acepta el veredicto, y dos mil trescientos años después, seguimos preguntándonos, ¿qué haríamos nosotros, que no somos Sócrates?  


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