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Reseña: Días y libros de Emilio Lledó (II)

                                           


II

 El autor de estos misceláneos textos, nos introduce en la intención y justificación del presente volumen. Nada mejor que dejar que hable el autor, un autor vivo, tiene el interés de expresar intenciones que son comprensibles para los lectores de su tiempo. Imposible en los casos que nos separan un abismo, por ejemplo, Homero, y sin embargo, seguimos leyéndolo, a pesar que su intención nos es desconocida y no sabemos nada de los intereses que le movieron a escribir sus obras, que milagrosamente nos han llegado desde la noche de los tiempos.

El texto se abre con “palabras para esta edición” (pág. 11). Nos dice al principio: “Hay algo en este libro de historia personal, de historia de mi juventud.(…) [En estos textos] se reflejan mis años de estudiante en Heidelberg entre 1953 y 1962. Una pequeña memoria de lecturas que entonces hice y que son testimonio de mis intereses.”

Nos sigue confesando: “Evocaba casi sin querer la época en la que huía de mi país, intentando respirar otros aires y, sobre todo, buscando otra universidad. (…) Pero lo que encontré en la Universidad de Heidelberg tenía la marca de esos dos conceptos esenciales que caracterizaron el pensamiento de Humboldt: soledad y libertad. Soledad que no era aislamiento de la sociedad sino la posibilidad de un encuentro inmediato con la cultura y con las humanidades. Y ese encuentro trajo a aquel estudiante muchos de los libros que aquí se reseñan, y muchos de los “días” que se llenaron con la luz de un entusiasmo juvenil que la relectura de estas páginas me ha traído de nuevo” (pág.11)

Lledó habla de uno de los conceptos esenciales de su quehacer filosófico, la memoria. “(…), los ecos de esas lecturas, de esos días de mi juventud, confluían en los momentos presentes, en el río de mi propia memoria. Y ese río por el que circulaba mi vida me permitía bañarme ora vez en el. El famoso fragmento de Heráclito [frag.92*] no coincidía con esta experiencia: el agua que fluía en ese cauce era, en el fondo, siempre la misma”. (pág.11)

Evoca autores que han hablado con mejor tino sobre cuestiones que nos tienen “confundidos y trivializados”, temas como la identidad, la ideología, tales autores aparecen en la galería que Lledó reseña con pulcritud y empatía.

En fecha tan lejano como 1914, escribía Russel lo siguiente: “para nosotros, para quienes la seguridad se ha convertido en monotonía, para quienes el primitivo salvajismo de la naturaleza está tan remoto que se ha vuelto un simple aderezo agradable para nuestra ordenada rutina”. Dos años después se iniciaba un ciclo de guerras devastadoras en Europa. ¿Podemos aprender la historia? ¿Podemos evitar los errores y horrores que han aplastado al hombre corriente?

Lledó evoca a I.Kant en su libro “Sobre la paz perpetua” (1795), para recordarnos lo siguiente:

“(…) Estos hábiles políticos se ufanan en poseer una ciencia práctica; pero lo que dominan es la técnica de los negocios y […] están dispuestos a no olvidar su propio provecho y a sacrificar al pueblo y, si es posible, al mundo entero.” 

Como dice Lledó: “Después de dos siglos, las palabras de Kant siguen tan vivas como cuando se escribieron. Su actualidad nos permite, sin embargo, adivinar uno de los problemas esenciales de la historia humana en la que, junto a la miseria, la ignorancia y la  violencia, se lucha además por afirmar los ideales del progreso y la inteligencia. También por sostener “la lucha por la racionalidad”, por “el lugar de la memoria” en el que el espacio construido por los arquitectos de la cultura nos permite atisbar el “perdido concepto de la armonía interior, del equilibrio, de la alegría […] “. (pág.12)

Acaba el texto agradeciendo a los editores “que me acercaron, con él, a mi propia vida”. (pág.13)

III

En esta tercera entrega trato de resumir el texto de Mauricio Jalón que es el editor de este libro y que nos habla de la figura de Emilio Lledó, en Lledó: Creación y medida.


Reseña:

Emilio Lledó, Días y libros, Edición de Mauricio Jalón. Austral, Barcelona, 2018. 


David Hume (IV)

5. El escepticismo de Hume.


La filosofía nos exige rigor y el rigor nos lleva al escepticismo. La vida, por su parte, exige acción y en tal premura el escepticismo filosófico no es sino una entelequia. La vida, más fuerte, gana la partida a la filosofía, aunque la filosofía misma sea una parte de la vida.

   “La naturaleza me cura de toda melancolía y de todo delirio filosófico. Yo como, juego una partida de tablas reales, charlo y me divierto con mis amigos, y si, luego de tres o cuatro horas de distracción, me propongo volver a mis especulaciones, éstas me parecen tan frías, tan forzadas, tan ridículas que no tengo el valor de sumergirme de nuevo en ellas”.

Hume puede aparecer como un especulativo puro hasta el punto de que para él las exigencias de la filosofía son precisamente las inversas de las de la acción: en la acción sería inconveniente e imposible no fiarse de creencias tan naturales como la existencia del mundo exterior o la causalidad; la filosofía, por el contrario, debe buscar con empeño la justificación de dichas creencias.



Hume nos dice fundamentalmente que si no existen verdades absolutas lo que tenemos que decir es aventurar nuestras ideas con desconfianza y modestia. Cierto que hay principios más seguros que otros. Si la voz de la razón no nos sirve de guía en el mundo, la firme creencia de las pruebas y probabilidades basadas en la imaginación hace de la experiencia, engendrando el hábito o costumbre, bastan para establecer una vida humana (convivencia) razonable y duradera.

Precisamente de este empeño filosófico por justificar lo que según Hume no se puede, aparece en el escenario la figura de Immanuel Kant para enderezar, solventar y justificar lo que Hume había puesto en tela de juicio. Y el resultado será el idealismo trascendental. Éste dejará planteada en su famosa tercera antinomia – libertad y necesidad-, la cuestión fundamental de la que partirá el idealismo alemán (Fitche, Schelling y Hegel) y por extensión el pensamiento contemporáneo.

Friedrich Nietzsche (VII)

VII.- La voluntad de poder.

“Toda cosa viva busca, ante todo, descargar su fuerza; la misma vida es voluntad de poder, la autoconservación es, tan sólo, una de las consecuencias indirectas y más comunes de ella” (Más allá del bien y del mal). A pesar de lo que aparentemente pudiera creerse, Nietzsche rechaza al darwinismo, toda vez que el proceso selectivo logra la conservación, pero no del mejor, sino del mediocre. Es decir, la voluntad de poder no sólo habría que entenderla en clave biologista, sino sobre todo  en clave metafísica. La Vida es la única que expresa dicha voluntad, mientras que sus múltiples manifestaciones –simulacros-, son concreciones de dicha voluntad.

La voluntad de poder supone el nervio de las fuerzas que la vida pone en movimiento, no existe finalidad o teleología, ni sentido. La ciencia positivista del siglo XIX hace abstracción de esta fuerza o voluntad de poder que está inscrita en todas las cosas. Sin embargo, no existe un movimiento dialéctico entre cosas, ni una dirección, no hay nada más que voluntad de poder, es decir, nada. Precisamente, esta nada es lo que provoca la ficción de un mundo para nosotros. En la recopilación de textos que se denomina Voluntad de poder nos dice: “(...) este mundo mío dionisíaco, que se crea a sí mismo eternamente y eternamente a sí mismo se destruye, este mundo misterioso de las voluptuosidades dobles; este mi “ más allá del bien y del mal”, sin finalidad, a no ser que la haya en la felicidad del círculo, sin voluntad a no ser que un anillo tenga buena voluntad para sí mismo. ¿Queréis un nombre para este mundo? Una solución para todos sus enigmas? ¿Una luz también para vosotros, los más ocultos, los más fuertes, los más impávidos, los más de media noche? Este mundo es la voluntad de poder, y nada más. Y también vosotros mismos sois esa voluntad de poder, y nada más ”(Voluntad de poder).



Stiuemos en este contexto, la distinción entre la moral del señor y del esclavo. Frente a la masa –moral del esclavo- se alza como una imponente montaña la voluntad de poder del señor. Nietzsche se horroriza ante la sociedad de masas y busca consuelo hacia el pasado heroico del mundo griego. El héroe contra el burgués es la antítesis de este dualismo moral entre el amo y el esclavo. Al esclavo le falta las ganas de vivir, porque vivir supone la posibilidad de perder la vida al afirmarla, mientras que el esclavo es acomodaticio, su vida es demasiado preciosas como para apostarla en la vida, por eso espera a cualquiera que le ofrezca seguridades, la “Gran Política” supone la posibilidad de ofrecer consuelo a la masa, aunque ella sea sacrificada en el altar de la gloria, sea esta lo que sea. Nos resulta premonitorio lo afirmado en la cita anterior, el destino de esta masa que morirá al servicio de voluntades que se imponen en nombre de valores que las elites utilizarán adecuadamente para su propio beneficio y que en última instancia no será más que la razón de Estado.

El mundo –este único mundo- está regido por la voluntad de poder que se expresa en la realidad de los objetos y en el interior de nuestras almas. La pasión de esta voluntad de poder es dominio y extensión. Este dominio y expansión se debe leer en clave estética, por tanto, como el artista está dominado por la pasión de la creación que expresa en  el acto de un dios desligado del bien y del mal. La vida como creación artística como juego, como experimento, por tanto, sin responsabilidad, sin ataduras ni compromisos, he aquí lo contradictorio de esta visión ambivalente que nos ofrece Nietzsche. Porque en él cabe la crítica demoledora de muchos males que supo advertir, pero también dejó la puerta abierta para que algunos creyeran poder experimentar con la vida de los demás en un juego que no era de artista, sino de serial killer.

Bertrand Russell: Fars de llum en mig de les tenebres (I)

  "Aquells les vides dels quals són fecundes per a ells mateixos, per als seus amics o per al món estan inspirats per l'esperança i...