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Karl Marx: Contra la pena de muerte (I)



 (Contra la pena de muerte)

(...). La historia y la estadística demuestran, además, de manera total, que desde Caín el mundo jamás ha sido corregido ni intimidado por el castigo (el subrayado es mío). No hay más que una teoría filosófica del castigo que presupone el reconocimiento abstracto de la dignidad humana; es la teoría anunciada por Kant y precisada por Hegel. (...) Hegel lo eleva [al criminal] al rango de un sujeto libre y autónomo; pero aquí como en otros sitios, es fácil ver que el idealismo alemán no hace más que revestir con un manto metafísico las leyes de la sociedad existente, y así las consagra. (...). En realidad, la pena de muerte es un medio por el cual la sociedad se defiende contra todo aquello que amenace sus condiciones de existencia. Que es por tanto miserable esta sociedad que no ha encontrado otro medio de defensa que el verdugo y que proclama su brutalidad como si fuera una ley eterna*.” (pág.431) (Marx, New York Daily Tribune, 17-18 de febrero de 1853)


*Karl Marx, Llamando a las puertas de la revolución. Antología. Edición de Constantino Bértolo, Penguin clásicos, Barcelona, 2017.


David Hume (IV)

5. El escepticismo de Hume.


La filosofía nos exige rigor y el rigor nos lleva al escepticismo. La vida, por su parte, exige acción y en tal premura el escepticismo filosófico no es sino una entelequia. La vida, más fuerte, gana la partida a la filosofía, aunque la filosofía misma sea una parte de la vida.

   “La naturaleza me cura de toda melancolía y de todo delirio filosófico. Yo como, juego una partida de tablas reales, charlo y me divierto con mis amigos, y si, luego de tres o cuatro horas de distracción, me propongo volver a mis especulaciones, éstas me parecen tan frías, tan forzadas, tan ridículas que no tengo el valor de sumergirme de nuevo en ellas”.

Hume puede aparecer como un especulativo puro hasta el punto de que para él las exigencias de la filosofía son precisamente las inversas de las de la acción: en la acción sería inconveniente e imposible no fiarse de creencias tan naturales como la existencia del mundo exterior o la causalidad; la filosofía, por el contrario, debe buscar con empeño la justificación de dichas creencias.



Hume nos dice fundamentalmente que si no existen verdades absolutas lo que tenemos que decir es aventurar nuestras ideas con desconfianza y modestia. Cierto que hay principios más seguros que otros. Si la voz de la razón no nos sirve de guía en el mundo, la firme creencia de las pruebas y probabilidades basadas en la imaginación hace de la experiencia, engendrando el hábito o costumbre, bastan para establecer una vida humana (convivencia) razonable y duradera.

Precisamente de este empeño filosófico por justificar lo que según Hume no se puede, aparece en el escenario la figura de Immanuel Kant para enderezar, solventar y justificar lo que Hume había puesto en tela de juicio. Y el resultado será el idealismo trascendental. Éste dejará planteada en su famosa tercera antinomia – libertad y necesidad-, la cuestión fundamental de la que partirá el idealismo alemán (Fitche, Schelling y Hegel) y por extensión el pensamiento contemporáneo.

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