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Filosofía Medieval: El problema de los universales

Recibe este nombre el problema, clásico en filosofía, de determinar qué tipo de entidad, o realidad, les compete a los términos universales (universalia). ¿Qué es, en realidad, «humanidad»? ¿Qué es verdaderamente «hombre»? Tras estos interrogantes, se halla como telón de fondo, la pregunta sobre qué clases de cosas existen -problema ontológico-. Como de ciertas cosas es obvio afirmar que existen, el problema se centró,teóricamente,en aquellas cuya existencia o inexistencia era problemático afirmar. La respuesta de Platón era: «las Ideas existen»; la de Aristóteles, que «existen sustancias compuestas de materia y forma».



Boecio



Porfirio


Históricamente, la polémica surge en el s. XI, en el seno de la filosofía escolástica medieval, pero sus antecedentes históricos se hallan en los comentarios de Porfirio (Isagoge) a Aristóteles, y en los comentarios de Boecio (Anicius Manlius Severinus Torcuatus Boethius (480-524) a Porfirio. El primero plantea inicialmente el problema: si los universales existen; si existen, existen separados de las cosas o no; si existen separados de las cosas, qué son. Boecio -«último de los romanos»-, considerado el punto de enclave entre el mundo antiguo y el medieval, transmite las preguntas que suscitaron, en la mente de los medievales, la existencia separada de las formas platónicas. Las posturas adoptadas ante la cuestión, en tiempos medievales y en la actualidad, son las tres siguientes:

a) Realismo extremo o platonismo: la afirmación de que los universales existen realmente, como las ideas platónicas. Su existencia es previa y anterior a la de las cosas (universalia ante rem). 

b) Realismo moderado o conceptualismo: la afirmación de que sólo existen como entidades mentales o conceptos, a los que en la realidad corresponden propiedades de las cosas.

c) Nominalismo: la afirmación de que los universales no son más que nombres; sólo existen individuos.

El primer autor medieval que opinó sobre la cuestión fue Roscelino (1050-1121/25?), que sostuvo la tesis de que los universales son sólo una «emisión de voz», acentuando que los predicables no son sino sonidos, (flatus vocis), nombres (fonemas). Abelardo (1079-1142), discípulo primero de Roscelino y luego de Guillermo de Champeaux (1070-1121), se opuso tenazmente a la postura de realismo exagerado sostenida por este último. Para Abelardo, sólo existe lo individual, y sólo las palabras pueden ser universales; es el significado lo que les da universalidad.

El realismo moderado,inspirado en Aristóteles y Avicena (980-1037),y cuyo representante más notable es Tomás de Aquino (1224/5-1274), sostiene que los universales existen como formas -esencia,naturaleza- de las cosas individuales. Esta postura supone una elaborada teoría de la abstracción y de la constitución de las cosas por materia y forma, de inspiración aristotélica. El resultado es que lo universal no existe separado de las cosas, pero existe como esencia o naturaleza de cada cosa de la que se afirma: la «humanidad» no existe separada; sólo existe en la naturaleza de Pedro, Juan y Ana. Por lo mismo, el universal es también un concepto abstracto, porque por su medio conocemos lo que son (quo est) los individuos, los únicos que son (quod est). A esto se une la afirmación de que los universales existen también en la mente divina, a modo de arquetipos, o ideas ejemplares, (tesis ya defendida por san Agustín), ordenados a la creación.

Al realismo se opone la nueva lógica de Guillermo de Occam(1280/8-1349). Igual como sostenían los nominalistas anteriores, no existe nada fuera de la mente que sea universal; todo lo que existe es individual. Para explicar, no obstante, el conocimiento, además de crear un nueva teoría del conocimiento intuitivo del singular, crea una teoría lingüística de los términos lógicos. Un término, un nombre, es una vox (voz), en el sentido de producto fonético, o un sermo, o vocabulum, emisión de voz con significado; éste convierte una vox en un sermo. El significado le llega a un término por la suppositio simplex : capacidad de un término para significar a muchos individuos concretos. La mente posee la capacidad natural de convertir en signo de muchos lo que ha sido conocido intuitivamente como un objeto particular. Así, lo universal es sólo mental y, en los individuos, nada hay de universal o común, de la misma manera que no hay «esencias». A un universal de la mente sólo le corresponde, por una parte un nombre y, por otra, una colección de individuos.


John Locke (IV)

2.3.- La cuestión de la esencia, el universal y el lenguaje.(2)

El problema de la esencia está íntimamente unido al de la sustancia. Para la filosofía antigua, la esencia coincidía con la sustancia. Locke también afirma que la esencia real sería la estructura o constitución de las cosas, de las que dependen sus cualidades sensibles. Sin embargo, esa esencial real, según Locke no es desconocida. En cambio, lo que conocemos es la esencia nominal, que consiste en aquel conjunto de cualidades que establecimos que debía poseer una cosa para ser llamada con un determinado nombre, por ejemplo, el tener un color, una temperatura de fusión, un peso, etc., determinados, le da derecho a un metal a recibir el nombre de oro. Hay algunos casos en los que coinciden la esencia real y la esencia nominal, como por ejemplo en las figuras geométricas; pero se trata, precisamente de contrucciones hechas por nosotros. En las demás cosas, la división continua siendo efectiva.



En el contexto de las metafísicas clásicas, la abstracción consiste en aquel proceso por el cual se llega a captar la esencia, obteniéndola gracias a una paulatina desmaterialización mental del objeto. Sin embargo, una vez que ha negado la esencia real, es decir, su cognoscibilidad, Locke no puede menos que considerar la abstracción como un separar algunas partes de ideas complejas del resto de partes. Por ejemplo, tengo la idea de Pedro y de Juan; elimino de ese conjunto de ideas aquellas que no son comunes a los dos invididuos (gordo, rubio, alto, viejo, etc.) y conservo el conjunto de ideas comunes a los dos, que señalo con el nombre "hombre", y lo utilizo para representarme tambien a otros hombres.

Para Locke, por lo tanto, la abstracción es una parcialización de otras ideas más complejas. En Ensayo nos dice lo siguiente:

" (...) lo general y lo universal no pertenecen a la existencia real de las cosas, sino que son invenciones y criaturas del intelecto (...). Las palabras son generales cuando son empleadas como signos de ideas generales y pueden aplicarse así indistintamente a muchas cosas particulars; las ideas son generales cuando representan muchas cosas particulares. (...) Por eso, cuando nos alejamos de lo particular, lo que queda en general es sólo una criatura fabricada por nosotros. (...). El significado que posee únicamente es una relación que el espíritu humano añade a estas cosas particulares".




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