El hundimiento del comunismo

 


Eso es la pared Querida Unión


Las afirmaciones de Villacañas son profundas y expresan conceptualmente lo ocurrido en el hundimiento del sistema comunista, pero le falta el dato empírico, y éste lo encontramos en Manuel Castell en su obra magna La era de la información, vol. III, Cambio de milenio, cap.1 La crisis del estatismo industrial y el hundimiento de la Unión Soviética*.


La pregunta clave y que inevitablemente aparece es ¿por qué el comunismo  ha dejado de existir?(1) La respuesta a esta pregunta es lo que ahora vamos a intentar explicar. En fecha tan temprana como 1917, M.Weber entrevé el dilema que se enfrenta la revolución rusa: “o convertirse en la dictadura más férrea conocida en la historia, capaz de impulsar el crecimiento industrial más frenético y convertir a Rusia en una gran nación moderna, con aspiraciones mundiales; o bien dejarse llevar por las inclinaciones comunistas y anarquizantes de su alma popular campesina y, entonces, disolverse en un país agrario, endémicamente amenazado por la disgregación de su unidad territorial ”. La respuesta histórica de Lenin hasta Stalin fue utilizar la primera vía. Y, ello suponía que “el socialismo de la producción industrial jamás daría paso al comunismo del consumo(2) . F.Tönies vio claramente que socialismo y comunismo, no podían tejerse una continuidad entre ellas, a pesar de lo afirmado por la propaganda oficial. Y es que la lógica dialéctica de Marx no podía superar los hechos, a saber: la negación de la negación propia del socialismo no daría paso jamás a la afirmación positiva propia del comunismo (3).


Si la primera vía que tránsito la revolución rusa apareció como un triunfo de ésta lo fue precisamente por el carácter de peligro real de guerra o revolución. El socialismo de producción no podía ser mantenido en tiempos de paz sin entregar contrapartidas de consumo y de libertad individual a la población. Inviable resultaba un sacrificio productivo permanente, junto con un sacrificio personal sin futuro. Así que cuando, a pesar de la propaganda oficial, los ciudadanos soviéticos abandonaron realmente la sensación de peligro, la voluntad de los hombres reclamó su parte de felicidad en el esfuerzo. Al no entregársela, el individuo se separó de las exigencias del sistema que, entregado a su propia subsistencia, se enquistó en una corrupción y en una endémica administración de prebendas. Al final, la base popular se retiró del sistema burocrático y éste cayó por sí mismo cuando se disolvió lo único que lo sostenía: la tensión del peligro de guerra (4).


El período de transformación del pensamiento comunista hay que situarlo en tres grandes fases:


1) el fundacional de la Unión Soviética, con el tremendo potencial de expectativas que promovió, y que de hecho estaba lastrado con los dilemas que vaticino M.Weber.


2) el correspondiente al estalinismo, que permitió a la Unión Soviética estabilizar el régimen socialista sobre el imperio ruso y dotarse de suficientes aliados en Occidente para vencer al enemigo alemán. En este segundo momento, caracterizado por la lucha contra el nazismo, hay que destacar la figura de Antonio Gramsci.


3) Se corresponde con el largo período de la guerra fría, aunque no era una previsión inicial de la política estalinista, finalmente tuvieron que poner en práctica sus herederos ante el cambio de política por parte de Occidente (5).


La etapa socialista, la antesala misma del momento comunista, reproducía la estructura de la lucha contra la burguesía. Las razones de esta reproducción fueron dos: a) porque el triunfo definitivo del comunismo sólo podía darse con la revolución mundial. b) porque Stalin desecha la revolución mundial, defiende la estrategia del socialismo en la Unión Soviética, ello supuso el aniquilamiento de cualquier intento de oposición al régimen. Y es que en el fondo, el comunismo, en el siglo XX, sirvió a la razón de Estado soviético, forma actual de la vieja razón de Estado rusa.


De este modo, para cualquier observador lúcido debía ser claro que el pensamiento marxista iba a ser utilizado como herramienta de una política de poder al servicio de una gran  nación que, como antes Francia, encontraría en la idea de Revolución mundial –o sus derivados- el camino real para colmar sus viejas e históricas apetencias de política mundial. En este sentido, los rivales reales de la Unión Soviética, las infernales elites que se encumbraron al poder en Alemania, como triunfadores del caos de la República de Weimar, no se hicieron ilusiones. Los nazis, con su directa apelación a la voluntad de poder de la raza aria como única legitimación de su propia fuerza, dijeron la verdad real de los soviets estalinistas, por mucho que éstos encubrieran la voluntad de poder de la Gran Rusia eslava con la idea, absolutamente occidental e ilustrada, de la emancipación social marxista.


Dotados de las mismas armas –una industrialización galopante, una disciplina militar burocrática inflexible, una divinización bárbara del líder- Alemania y Rusia estaban condenadas a enfrentarse en la más desnuda lucha de poder que ha conocido la Tierra. Ideológicamente apenas había diferencias entre ellas, salvo que la URSS, en la medida en que había mimetizado la razón occidental, encontró aliados en todo Occidente, mientras que Alemania, que había mimetizado el principio racial, no tuvo más destino que quedarse sola en el mundo (6).


Ahora viene la pregunta clave: si el comunismo y el nazismo eran estructuralmente iguales ¿por qué la mayor parte de la inteligencia apostó por el comunismo? La respuesta de J.L.Villacañas se centra precisamente, en el desengaño y desesperación del mundo occidental provocado por la crisis de 1914. Las salidas nacionalistas y racistas no eran opción, mientras que la opción comunista y su adhesión estratégica de la razón ilustrada –idea de progreso-, era una vía que podía ser transitada por los intelectuales europeos.


Bibliografía:

(*)Manuel Castells. L'era de la informació. Vol.III. Canvi de mil·leni, ed.UOC, Barcelona, 2003, pàg.487.

(1) José Luis Villacañas.- Historia de la Filosofía Contemporánea. vol. 6. Col. Tractatus Philosophiae.Ed. Akal.

(2), (3) y (4) Jose Luis Villacañas, pág.249.

(5) José Luis Villacañas, pág.251.

(6) José Luis Villacañas, págs.252.


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