David Hume (V)

La ética en Hume.


6.1.Hume: Los principios morales (3).

En su obra "Investigación sobre los principios de la moral", Hume parte de las distinciones moral que todos nosotros utilizamos a diario. Decimos que esto es bueno, y aquello malo, pero ¿qué quiere decir que esto es bueno o malo? La respuesta que nos proporciona resulta llamativa, porque según él, una acción o una cualidad mental es virtuosa sólo estamos diciendo que su contemplación suscita en nosotros un sentimiento de aprobación o rechazo. ¿De dónde surger estos sentimientos? La respuesta se halla en nuestra propia naturaleza humana. En su ensayo "El escéptico", nos dirá: "no hay nada en sí mismo estimable o despreciable, deseable u odioso, bello o deforme; sino que todos estos atributos surgen de la estructura particular del sentimiento y el afecto humano". Así, pues, no hay una realidad objetiva que sea buena o mala, sino que estos sentimientos son relativos a nuestra peculiar naturaleza.


¿Qué cualidades aprueban o estiman todos los hombres? La respuesta curiosamente se halla en un examen introspectivo "entrar en nuestro propio pecho" y preguntarse qué cualidades desearíamos que nos fuesen atribuidas. Las cualidades se dividen en cuatro:

1) Cualidades útiles a los demás (integridad, la justicia, la veracidad, la lealtad, etc.)
2) Útiles a la misma persona que las posee (la prudencia, la laboriosidad, la constancia, etc.)
3) Inmediatamente agradables a las demás personas (la cortesía, la corrección, la agudeza y el ingenio, etc.), y
4) Inmediatamente agradables a su poseedor (la alegría y el humor, en la delicadeza de gusto, etc.)

Todo aquello que resulte inútil o desagradable para los demás o para la persona que posea las cualidades habrá que colocarse, por el contrario, en el catálogo de los vicios.

La trilogía: Alegría, felicidad y gentiliza son las armas del reenganche virtuoso que propugna Hume y ante tal trilogía, ¿quién puede resistirse? La virtud nos dirá lleva en sí misma su propia recompensa. En toda descripción -cualidades morales- viene de consuno la dimensión normativa. Su visión de la virtud no depende de la existencia de Dios, es una visión puramente secular. Rechazará por consiguiente, la moral que se sustenta en la divinidad. Las virtudes cristianas, le parecen contraproducentes y van contra los propios intereses de la naturaleza humana. Dirá que tales "virtudes" son desagradables e inútiles (la castidad, por ejemplo).



Hume no es un J.Swift (1667-1745), ni un B.Mandeville (1670-1733), el primero, una mirada crítica e irónica, que frente a la pobreza propone soluciones imaginativas: ante las hambrunas repetidas en su Irlanda natal propone como sistema que nos comamos a los niños, porque de esta forma- utilitalista-, solventaríamos el problema del hambre, y el problema de una superpoblación condenada a la misería. Sin embargo, la solución no está en la brutal explotación de Inglaterra contra la pérfida y católica Irlanda que era mera finca de la Corona británica, afirma la necesidad de una mirada cristiana para solucionar los problemas, mientras que el segundo, se limita a constatar la paradoja de que los vicios privados son fuente de virtudes públicas,la paradoja la explica través de la fábula de las abejas, y nos dice que si en ésta entrase la manía de las virtudes cristianas, el resultado sería la miseria. Hume, como buen ilustrado, aspira a través de la tolerancia a una sociedad más feliz y humana.

Así, pues, la religión crea sus propias reglas morales, que debilitan la virtud propia de nuestra naturaleza humana. En este contexto, Hume analiza un tema que es paradigmático del abismo entre la moral religiosa y la moral laica: el suicidio.

El suicidio entiende que se trata de un asunto que afecta a dos polos: por una parte a la felicidad de los individuos y por otra, al conjunto de la sociedad. Cuando el dolor y la desgracia rodean o amenazan a una persona hasta el punto que llega a sentir odio por la propia vida; cuando la edad o la enfermedad convierten la propia existencia en una pesada carga peor que la aniquilación, ¿puede alguien dudar de que el suicidio está de acuerdo con el propio interés? Si estas preguntas conciernen al individuo, ¿está de acuerdo con los intereses de la sociedad? Aquí Hume fábula con una historia de abnegación y heroísmo: si un patriota fuese detenido y sometido a torturas para delatar a sus compañero de conspiración, ¿puede dudarse que al suicidarse estaría obrando de acuerdo con el interés público?, ¿No sería por ello elogiado?

Hume reflexiona sobre una sociedad secularizada, donde la apelación a Dios como guía de nuestras acciones es inútil o contraproducente. Solo estamos nosotros, nuestros sentimientos egoístas y la simpatía que nos hace sentirnos miembros de una comunidad. Hume no se hace demasiadas ilusiones: "para un filósofo e historiador la locura, imbecilidad y maldad de la humanidad deberían aparecer como sucesos normales" (New Letters).

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