(...) Basta que pensemos en la institución del dinero. ¡Cómo ponemos nuestra confianza en él y con qué fanática desconfianza tenemos que protegerlo! ¡Qué naturalmente estamos convencidos de que cualquiera desea arrebatárnoslo! (...) Ya sólo el dinero es una educación permanente e indestructible para la desconfianza. (...) No podemos comprar nada si no sabemos el precio, ¡y con qué estúpida obstinación se aferra el hombre a los precios! No habría precios si no existiera la desconfianza; los precios son propiamente su medida*." (p.130)
