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Filosofía helenística: Epicuro (II)

Física

La física tiene un papel en el sistema del saber en Epicuro. La física proporciona la base para alejar de nosotros los temores que nos agobian, así Epicuro nos dice que "Si no nos perturbasen el temor ante los fenómenos celestiales y ante la muerte y desconocer la frontera de los placeres y dolores, no tendríamos necesidad de la ciencia de la naturaleza".

La física de Epicuro es una ontología, una visión global de la realidad en su totalidad y en sus principios últimos. Esta ontología no procede ni de Platón ni de Aristóteles, sino de los atomistas presocráticos. El atomismo es una respuesta concreta a las aporías -paradojas- planteadas por el elatismo, un intento de mediar entre el logos eleático, por una parte, y la experiencia, por la otra.

Los fundamentos de la física epicúrea pueden formularse en los siguientes términos:
1) "Nada nace del no ser" y "Nada se disuelve en la nada". Y puesto que nada nace y nada perece, el todo -la realidad en su totalidad- siempre ha sido como es ahora y siempre será igual. No puede cambiarse en otra cosa que no sea el todo y tampoco existe nada que esté en condiciones de cambiarlo.

2) Este todo -la totalidad de la realidad- está determinado por dos elementos: los cuerpos y el vacío. Los sentidos nos prueban la existencia de los cuerpos, mientras que la existencia del espacio y del vacío se infieren del hecho de que existe el movimiento. El vacío es la condición de posibilidad para que los cuerpos puedan desplazarse. El vacío es espacio o, como dice Epicuro, naturaleza intangibles.

3) La realidad es infinita. Lo es en cuanto a totalidad. Para que el todo pueda ser infinito, deben ser infinitos cada uno de sus principios constitutivos- cuerpos y vacío-. Vuelve así a imponerse el concepto de infinito, en contra de las concepciones platónicas y aristotélicas que consideraban lo determinado -ideas o substancia- era superior a lo indeterminado.

4) Algunos de los cuerpos son compuestos, mientras que otros son simples y absolutamente indivisibles (átomos). Si no existiese un límite -indivisibilidad- de los cuerpos, se disolverían en el no ser.



¿Cómo es que los átomos no caen en trayectorias paralelas, hasta el infinito, sin tocarse jamás? La concepción original de Leucipo y Demócrito suponía que los átomos se movían en todas las direcciones, Epicuro lo entiende como un movimiento de caída hacia abajo en el espacio infinito, debido al peso de los átomos. Se trata de un movimiento rapidísimo, tan veloz como el pensamiento e igual para todos los átomos con independencia de su peso.

A modo de crítica habría que indicar que este pensamiento del infinito se halla comprometido por el sensismo, que no sabe deshacerse de las representaciones empíricas de lo alto y lo bajo (nociones relacionadas con lo finito(2) ).

La teoría del clinamen tiene implicaciones éticas. En el sistema del atomismo antiguo todo sucede por necesidad: el hado y el destino son soberanos absolutos(3) . En este ámbito no existe libertad humana, y por lo tanto, tampoco hay lugar para una vida sabia. Esta declinación es generadora sin causa por el no ser. Epicuro se refugia en el azar frente a la Necesidad. El clinamen, que no está regido por leyes o por normas de este tipo, no consiste en una libertad, porque toda finalidad y toda inteligencia -teleología, providencia-, le son ajenas: es una mera casualidad.

El alma, como todas las demás cosas, es un agregado de átomos. Éste se halla formado por átomos ígneos, aeriformes y ventosos que constituyen la parte irracional y alógica del alma y en parte de átomos que son distintos de los demás y que no poseen un nombre específico, los cuales constituyen su parte racional. El alma no es eterna sino mortal, al igual que todos los demás agregados.

Epicuro no tuvo ninguna duda acerca de la existencia de los dioses. Negó que estos se ocupasen de los hombres o del mundo -providencia-. Viven felices en los "entremundos", es decir, en los espacios existentes entre mundo y mundo. 

Epicuro expuso diversos argumentos para demostrar su existencia:

1) Tenemos de ellos un conocimiento evidente y, por tanto, incontrovertible - esta afirmación se compadece mal con su teoría canónica, pero es que resulta muy difícil ser coherente-.,

2) Dicho conocimiento es poseído por todos los hombres de todos los tiempos y lugares.

3) El conocimiento que tenemos de ellos, pueden ser producido por simulacros o efluvios que proceden de ellos y, en consecuencia, es algo objetivo -insostenible desde su propio sensimo-. Para evitar estás contradicciones dirá que los dioses son "casi cuerpo", sin embargo, los dioses son inmortales, mientras que cualquier compuesto material se ha de disolver. El estatuto privilegiado de los dioses, tal vez sea el tributo que hay que pagar para que el Jardín del Edén no se convirtiera en un Jardín arrasado.

Nota:

(2) En un espacio infinito no hay puntos absolutos de referencia, puesto que arriba, abajo, a un lado y a otro, sólo tienen sentido si suponemos en espacio absoluto al estilo newtoniano. Este modelo no puede representar esos puntos en un espacio infinito donde no hay puntos privilegiados. Sólo si suponemos puntos de referencia relativos a los objetos que nos interesa situar en ese espacio infinito, tal como se hace en la teoría relativista de Einstein -sea lo que sea tal teoría-, podríamos representárnoslos.


(3) El hado y el Destino son representados en la mitología griega por las Parcas o las Moiras. Sus nombres son Cloto, Láquesis y Átropo. Cloto se ocupa de hilar en su huso el hilo de la vida, mientras que Láquesis mide la vida con la vara, es decir, la dispensadora de la muerte y Átropo se encarga de cortar con sus tijeras dicho hilo. Una vez cortado no hay posibilidad de rehacer el hilo de la vida. Hay quien piensa -la sacerdotisa Pitia-, que el propio Zeus está sometida ellas, pues no son hijas suyas, sino hijas partenogenéticas de la gran diosa Necesidad, contra la cual ni siquiera los dioses pueden luchar, y que es conocida por el nombre de "El Destino Fuerte".( R.Graves. Los mitos griegos, ed.Ariel; E.Hamilton. La mitología, ed.Daimon).


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